CAPITULO II - El diario de Alisa -
La primera vez que estuve cerca de la mina Butovka yo tenía 12 años. Era un día soleado de primavera, y tenía un plan para escabullirme de mi clase de baile e ir al aeropuerto para ver aterrizar y despegar aviones. Sabía cómo tomar un autobús, pero no sabía que los autobuses con diferentes números terminaban en diferentes lugares y así en vez de llegar al destino marcado en mi brillantes plan me encontré accidentalmente en Butovka, una mina de carbón situada en un suburbio de Donetsk, a pocos kilómetros del aeropuerto. Ese día llegué tarde a casa y le mentí a mi madre contándole que me quedé dormida en el autobús de camino de regreso. Ella nunca sabrá la verdad a menos que lea esta historia.
La segunda vez que estuve cerca de la mina Butovka fue hace dos semanas. Esta vez vestía con un chaleco antibalas y tuve que cruzar varios puntos de control militar para llegar allí. Al igual que el aeropuerto de Donetsk, Butovka ya no es la parada final del autobús de mi infancia, sino una posición de primera línea del frente de guerra en manos del ejército ucraniano en su guerra contra los separatistas respaldados por Rusia que ahora controlan mi ciudad natal de Donetsk. El lugar ya no parecía una mina: más bien era una decoración de Stalingrado para una película de la Segunda Guerra Mundial.
El lindero de la línea de ferrocarril, – hasta hace no muchos años mi lugar favorito para tomar el sol – marca una línea roja entre el territorio controlado por los ucranianos y la tierra de nadie. Durante los ultimo meses, tanto el ejercito como los rebeldes separatistas cavaron tramos debajo del lindero de las vías del tren y avanzaron un poco más cada una de sus posiciones del frente. Como resultado, la distancia entre las posiciones entre enemigos actualmente no excede los 50 metros.
Esta peligrosa tendencia no es única para la posición de Butovka. Las líneas fronterizas a lo largo de la línea de demarcación del frente de 400 kilómetros en el este de Ucrania se mueven lentamente y peligrosamente la una hacia la otra, y la distancia entre los lados se ha reducido gradualmente de un promedio de diez kilómetros a solo dos, alcanzando en algunos lugares un mínimo de 40-50 metros . Este insensato movimiento estratégico practicado por dos ejércitos bien equipados y listos para luchar entre ambos, es una de las pocas actividades que los dos bandos encuentran para matar el aburrimiento dentro de este conflicto suspendido en el tiempo.
La guerra entre las fuerzas gubernamentales de Ucrania y la milicia de la separatista República Popular de Donetsk comenzó en la primavera de 2014 cuando los separatistas en Donetsk, apoyados y provistos de armas por Rusia, proclamaron la independencia. Su fase activa fue suspendida en febrero de 2015 por el segundo Acuerdo de Minsk, que logró establecer un alto el fuego y congelar temporalmente el conflicto, pero no logró resolverlo. Desde entonces, ambos lados, aún mutuamente hostiles y desconfiados, mantienen a los ejércitos listos para actuar a lo largo de las líneas de frente establecidas, pero estos ejércitos están completamente paralizados: el que hace un movimiento romperá el acuerdo y perderá políticamente. La guerra se ha convertido en una confrontación estática de tramos.
Sin embargo, a lo largo de los tres años de esta extraña guerra, ambas partes han desarrollado sus pequeñas formas de seguir luchando sin enojar a la comunidad internacional. La forma más obvia utilizada son los combates nocturnos. Si bien durante el día la misión de la OSCE está supervisando la observación del alto el fuego, por la noche la veda se abre a la voluntad de los dos bandos. Aquí es cuando entra en juego la artillería, los tanques y los morteros. Por lo general, el intercambio de fuego tiene una duración de pocas horas y da como resultado una media de una o dos víctimas por día. Estas batallas que no tienen un propósito claro o una estrategia concreta, son más bien una forma de quemar el aburrimiento y una dosis de adrenalina para los combatientes más que una lucha real.
Alexander es uno de los mandos medios de la unidad del ejército ucraniano ubicado en las ruinas del pueblo de Peski, una de las partes más activas de la línea del frente. Por lo general la situación es tranquila, especialmente durante el día, y los combatientes pasan la mayor parte del tiempo mirando las posiciones enemigas hacia el horizonte de Donetsk y poniéndose al día con sus necesidades de intendencia diaria. «En promedio, pasamos una hora por día peleando, el resto lo dedicamos a las actividades domésticas: cortar leña, cocinar, lavar la ropa», dice Alexander. – Antes solíamos dormir en las trincheras bajo la lluvia, y no nos importaba. Pero cuando no estás bajo fuego constante, resulta que quieres estar caliente y tener una buena cena».
Las posiciones de combate son cada vez más hogareñas. Cada posición ahora tiene sus mascotas, gatos y perros, y con frecuencia incluso comederos para pájaros hechos de balas. Las paredes están decoradas con dibujos infantiles y amuletos de buena suerte. La tetera siempre está preparada con té: en la tradición eslava, beber té es una forma clásica de no solo calentarse en invierno, sino también de pasar el tiempo y aburrirse. En este contexto, el avance lento de posiciones hacia la línea del enemigo es casi la única forma de mantener la sensación de participar en una guerra real. El sargento Alexander Veremchuk está a cargo de una posición del frente cerca del pueblo de Luganskoye. Esta posición forma parte del llamado “Svetlodarsk Arc”, un punto estratégico durante la batalla de Debaltsevo en enero-febrero de 2015. Alexander es escéptico sobre el rumbo que ha tomado el conflicto. «No sé por qué esta guerra aún no ha terminado», dice. – Hay algunos disparos todas las noches, pero no tienen ningún sentido estratégico. No entiendo qué está pasando y por qué seguimos aquí «.
A solo un kilómetro de distancia, los lugareños de la ciudad de Svetlodarsk disfrutan de la pesca de invierno en el lago helado. Más de una docena de hombres están sentados en el hielo esperando que las truchas piquen en sus anzuelos. Uno de ellos, Sergey, nos dice que hubo algunos bombardeos por la mañana, pero que no interrumpieron su rutina. “Primero ví dos proyectiles volando desde aquí hasta allí, y luego otro que volvían», – afirma mientras muestra las trayectorias de los obuses con sus manos. Si uno de los morteros golpeará el lago, el hielo se rompería y todos los pescadores se ahogarían, por no mencionar los efectos mortales de la metralla, pero todos prefieren no pensar en ello. Como todas las personas que viven cerca de la línea del frente, están demasiado cansados de tener miedo. «Por supuesto que no me gustan los bombardeos, pero me gusta pescar en este lago. Si sigo esperando el final de la guerra, probablemente nunca tenga la oportunidad de pescar «, – dice Sergey.
Sergey es una de las aproximadamente 650 mil personas que viven en la llamada zona gris, territorios situados entre las líneas del frente. Han visto muchas cosas desde 2014: casi todos ellos pueden mostrar rastros de metralla en sus casas y contar historias acerca de sus vidas durante semanas viviendo en el sótano bajo el fuego de los bombardeos. Pero todas estas historias son parte del pasado. La intensidad de la lucha ha disminuido significativamente y las unidades del ejército se trasladaron de las ciudades a los campos. Ahora la inconveniencia de vivir en el frente se reduce a escuchar bombardeos nocturnos y otras consecuencias menos obvias, como las minas anti-personas y la falta de acceso a servicios mínimos como el agua o la luz. La situación más difícil se encuentra en las 88 aldeas de acceso limitado. Sólo las población local de esas aldeas está autorizada a estar allí, y estos lugareños son los verdaderos rehenes de esta extraña guerra.
Uno de esos lugares es Opytnoye, un pueblo suburbano controlado por el gobierno junto a la capital separatista de Donetsk. Antes de la guerra era el hogar de casi 800 personas y de una estación experimental de selección de plantas. Ahora solo quedan 42 habitantes, en su mayoría ancianos que viven en las ruinas de sus propias casas. Opytnoye está situado justo al lado de la carretera de circunvalación de Donetsk, que está fuertemente minada y controlada por francotiradores de los dos bandos. El único camino que actualmente conecta al pueblo con el mundo exterior es un camino de tierra a través de un campo minado pero que por lo menos queda fuera del alcance de las balas de los francotiradores. Este camino sólo puede utilizarse en verano, cuando el terreno está seco, y en invierno, cuando todo está congelado. Durante el resto del tiempo el camino es un lodazal de barro impracticable.
No hay electricidad, ni suministro de agua o gas en la aldea: toda la infraestructura fue destruida durante la intensa lucha de 2014-2015 y nunca fue reparada. La gente calienta sus viviendas cortando leña y quemándola en estufas improvisadas, pero es complicado: los árboles están llenos de esquirlas. Ni las ambulancias, ni la policía o los bomberos irán nunca a Opytnoye, por no mencionar los suministros de comestibles. Una barra de pan es un verdadero manjar en este lugar donde las personas tienen que vivir de la ayuda humanitaria entregada por un pequeña ONG local que apenas llega al pueblo cuando el camino es transitable. Según el reciente informe de la ONU publicado este pasado diciembre, el este de Ucrania se ha convertido en uno de los lugares más afectados por las minas anti-personas del planeta, y Opytnoye es el lugar adecuado para confirmarlo. Debido a las minas, el acceso al cementerio local es imposible, y los lugareños que murieron o fueron asesinados durante la guerra no han podido ser enterrados.
Rodion junto con su familia de cinco personas viven como pueden en la cocina de su casa. El resto de su hogar es inhabitable después de ser blanco, en numerosas ocasiones, de los proyectiles durante el transcurso de la guerra. Aún así, él no está en la peor posición: su vecino Alexander vive en el baño, la única habitación que queda de su casa. Caminando por los restos del pueblo, Rodion cuenta las historias de sus vecinos: este fue herido, ese fue asesinado. Este se fue al comienzo de la guerra y dejó la llave de la casa pidiéndole que la revisara y riegue las flores, pero ya no hay nada que controlar: la casa está destruida.
A diferencia de otros que sufrieron la guerra, las personas de Opytnoye no pueden registrar los daños de sus casas, lo que les daría al menos una vaga esperanza de compensación y de recuperar la normalidad poco a poco. La razón oficial es que los miembros de la comisión estatal no pueden llegar al lugar para inspeccionar los daños. Extraoficialmente, no es ningún secreto que el estado se olvidó deliberadamente de pueblos como Opytnoye y los funcionarios como el gobierno generalmente evitan hablar de ellos. . «Simplemente nos abandonaron», dice Rodion. – Las autoridades pretenden que no existimos, y no hay un solo intento de apoyar a la población local. Cuando le mencioné al gobernador que deberíamos restaurar algún tipo de autoridades local en Opytnoye me gritó que si estaba loco».
Mientras Opytnoye ejemplifica el peor de los casos, otras ciudades y pueblos de la zona gris, un poco más alejados de la línea del frente, presentan una ilusión surrealista de vida pacífica en medio de la guerra. La gente en estos pueblos se acostumbró al sonido de los bombardeos, a los puestos de control militar y a los uniformes en las calles. También perdieron la esperanza de que la situación cambiara y, por lo tanto, adaptaron sus vidas a esta extraña nueva realidad. La escuela de Luganskoye está a menos de un kilómetro de la posición militar más cercana. En 2015 solía ser una posición militar en sí misma. Nada en el interior recuerda la cercanía de la guerra salvo un armario en el que junto a material deportivo de los alumnos se almacenan Rpgs y varios cascos del ejercito ucraniano. En la escuela reina la tranquilidad, el aire huele a panadería fresca, un anuncio en la pared de alumnos publicita un concierto, los niños juegan con su sus teléfonos inteligentes…… nada en el ambiente nos diría que estamos a menos de un kilómetro de la línea del frente. Eso sí, después de las clases, un autobús escolar lleva a los estudiantes a casa siguiendo un peligroso recorrido a través de puestos de control militar y carreteras cuyos bordes están minados.
Lo que nos une a todos los que somos de esta región de Ucrania es que somos rehenes de esta guerra extraña, congelada y activa, obvia e invisible al mismo tiempo. La guerra se ha convertido en un feo compromiso político que parece satisfacer a todos y se olvida de los que estamos atrapados en medio de ella.
A día de hoy, en el Este de Ucrania, los signos de guerra son difíciles de notar a simple vista, se necesita mirar bajo la superficie de la normalidad para ver todo el horror oculto bajo el silencio de esa nueva cotidianidad. Un nuevo silencio dictado por el devenir de la guerra que en mi caso me obliga a evitar mirar las señales de tráfico que indican lo cerca que estoy de Donetsk cuando conduzco por la región. Señales que me recuerdan que en 20 minutos podría estar en mi casa, tomando té con mis padres, pero sin embargo a día de hoy entre mis padres y yo existe una linea del frente de una guerra.